Mindfulness y redes sociales

Vivimos más a través de las redes sociales y de las películas que en la vida real. Y no, no me refiero a más tiempo (que también), sino a que sentimos más la vida a través de las imágenes de una pantalla que mientras la presenciamos.

En el día a día pocas veces sentimos lo que estamos haciendo. Nuestras mentes siempre están en otro lugar, en una especie de estado de espera eterno. Pensamos en lo que tenemos que hacer dentro de cinco minutos, de una hora, al día siguiente o el fin de semana. Pero cuando lo que “estábamos esperando” ocurre, nuestra mente ya se ha ido a otro sitio. Es grave, es tan grave que algunas personas ni siquiera podrán entender esto. Algunas personas ni siquiera se han dado cuenta de que nunca están en sí mismas, en su experiencia, en su vida.

Existen cientos de libros que hablan sobre mindfulness, páginas y páginas que intentan explicar lo que significa “estar presente”. Necesitamos textos, frases y películas que nos recuerden que hemos de vivir el momento. Pero en la sociedad de la prisa y del futuro esta idea parece más distante y abstracta cada vez. No sabemos ser conscientes de lo que estamos viviendo. Cuando a alguien le planteas que trate de estar presente, te dice ¿Pero cómo? O lo que es peor ¿Para qué? ¿Verdaderamente me estoy perdiendo algo? Puede que la culpa de esto sea del lenguaje, una vez que nos convertimos en seres hablantes, nuestra mente no logra callarse, el cuerpo queda relegado a un segundo plano y solo hay en nosotros una marisma de pensamientos. La mente habla incesante y apremiantemente, divagando de una idea a otra, que a menudo no llevan a ningún sitio.

Sin embargo, cuando vemos una película y en ella aparece una mujer que se quita la toalla lentamente, y la cámara enfoca cómo ésta se desliza por su piel, y a continuación la mujer entra en la ducha y nosotros podemos sentir el vapor de agua, las gotas que caen por su cuerpo, incluso nuestro cuerpo se relaja… Sin embargo cuando llegamos a nuestra casa, tiramos la ropa al suelo, nos metemos precipitadamente en la ducha y nos ponemos a pensar sobre nuestros problemas. Todo se ha convertido en un trámite para empezar con lo siguiente. La calma, la plenitud y el disfrute nunca llegan.

Cuando vi la película “Camina Conmigo” acabé de corroborar  esta teoría. Trata sobre el budismo, no tiene más que unas pocas frases durante la hora y media que dura. No tiene banda sonora, ni filtros especiales, tampoco momentos emocionantes que disten de cualquier cosa que todos podemos vivir en el día a día; un monje cortando tomates, haciendo el té, mirando por la ventana del autobús o caminando por la ciudad. Nada especial, como la vida misma. Sin embargo, durante la película, tu mente está sólo en observar esas escenas. Tu tareas es “ver la película”, por eso no estás con el móvil, no estás pensando en lo que harás en diez minutos, estás plenamente presente en las imágenes que acontecen en la pantalla. Y cuando sales, no sabes mucho más sobre el budismo que cuando entraste, solo sabes que te sientes bien, tranquilo, sereno y algo más contento. Logran que estés en estado de meditación, porque eso es la meditación, simplemente observar la vida sin juzgarla, tal y como acontece.

Esto explica porqué aumenta tanto la adicción a las redes sociales cada día, no es porque queramos vivir alienadamente, sino porque queremos vivir. Vivir y sentir algo. Debido al exceso de estímulos y demandas que tenemos a nuestro alrededor (gracias al capitalismo) nuestras mentes están tan hiperactivas como anestesiadas. Nuestro paladar de la conciencia se ha acostumbrado a la “fastlife”, y cuando prueba una vivencia sin extra de filtros, de banda sonora y de adornos, ya no siente nada. Vacío. El mundo en realidad, es un lugar silencioso, y el silencio asusta. Nos han contado que tenemos que vivir siempre una vida emocionante e intensa, pero la realidad es sutil, tranquila, y lenta. Por ello, en la calma surge la ansiedad, y la ansiedad nos lleva al alcohol, a la comida, al tabaco, y más barato aún, a una pantalla que nos teletransporta a otra realidad que nos hace presentes allí y ausentes aquí.

Además, para rematar, tenemos un gran sentimiento de soledad, ya que en el fondo esa es nuestra esencial. Todo lo que sentimos, lo sentimos en soledad por muy acompañados que estemos. Puede haber pequeños momentos en los que esta sensación se desvanezca; cuando compartimos la misma experiencia con otra persona, o cuando alguien nos entiende por un instante en cualquier área de nuestra vida o, cómo no, durante el enamoramiento. Sin embargo, la soledad vuelve una y otra vez. Para eludirla, compartimos, para que los demás sepan dónde estamos, qué hacemos, y “nos acompañen” ficticiamente. Además, decoramos ese momento de vacío para la foto, y tratamos de convencernos los unos a los otros de lo guay que son nuestras vidas. Uno publica, y alimenta el momento vacío de otro, quien a su vez quiere “hacer creer y creerse” que su vida también es interesante, y publica para alimentar a otro y ocluir su propio vacío. Y así sucesivamente.

Las redes sociales promueven admirar la vida de otros mientras que nos separamos de las nuestras. Cuando vemos una película sabemos que es “un montaje”, pero cuando vendemos los unos a los otros nuestras vidas, pretendiendo que éstas son siempre interesantes, estamos participando de una gran mentira.  Buscamos alimentarnos de una fuente que solo lleva a la repetición, a la alienación y a la ausencia de nosotros mismos. Nunca podremos escapar de la falta, dice Lacan, y solo en el presente y en el silencio encontraremos la plenitud, dice Buda.